Viene de la actulización anterior
Doy vueltas a la mano delante de mis ojos. Los huesos son más finos de los que esperaba. Está siendo una experiencia diferente a cómo me la había imaginado. Había imaginado que me la acercaría al rostro, curiosearía entre sus fisuras, contemplaría la capacidad de articulación de cada falange, la haría adoptar formas y casi trastearía con ella. Pero no, la mantengo quieta, observándola con una mezcla de gravedad, extrañeza y concentración. Me doy cuenta de que pesa mucho. Tiene un peso que una báscula no mediría, es un peso que no se siente con la presión del tacto, sino con el pensamiento. Si lo pienso, la mano es la parte más importante del cuerpo de una persona inmediatamente después, tal vez, del rostro. Tengo en mis manos la que fue la segunda parte más importante del cuerpo de una persona durante toda su vida, y eso pesa.
La mano era el símbolo que utilizó el hombre de las cavernas para decir “estoy aquí y soy consciente de ser” plasmando su silueta en la pared de las grutas. Eso ya es decir mucho, pero se puede decir más. El hombre de las cavernas podía comer gracias a su mano, que era la que arrojaba la piedra sobre el conejo, o lo que se terciase cuando cazaba. Y fue un juego de manos lo que nos permitió hacer fuego (manos pertenecientes al primer mago de la historia, sin duda). La historia le debe muchas cosas a las manos de los hombres. Algunas cogieron plumas y escribieron las grandes novelas universales; otras levantaron edificios, palacios, catedrales y ciudades; otras pintaban o hacían esculturas; otras inventaban aparatos para cubrir las deficiencias de la naturaleza; otras apretaban un botón y dejaban caer una bomba nuclear sobre Hiroshima…
Igual que las manos han jugado un papel importante en la historia de la humanidad, imagino que, en una escala inferior, esta mano que tengo entre las mías propias habrá jugado un papel importante en la vida de aquél o aquella a quién perteneció. Sí, eso es lo que pesa que antes no podía identificar: la vida de la persona. La vida de una persona pasa por sus manos y queda grabada en sus huesos. Ésta era una de las manos que alzaba cuando era bebé para que su madre lo cogiera en brazos y dejase que apretase con ella su pecho mientras se amamantaba. Con esta mano había hecho volar su imaginación alzando ante sí juguetes de colores o dibujando con colores vivos en un papel. Con ella habría aprendido a escribir, a atarse los cordones, a coger el manillar de su pequeña bici, de la que seguro que se caería, llevándose la mano a la herida y apoyándose en ella para levantarse. Con esta mano había repartido hostias y caricias, quién sabe si todas a las personas equivocadas. Cuántas masturbaciones habrían corrido a cargo de esta mano (muchas si eran de hombre, algunas si de mujer). Esta mano había sido la puerta por la que dejó entrar sus deseos, recorriéndola por el cuerpo de la persona amada después que los ojos (primero el rostro, después las manos). Puede que se ganase la vida gracias a ellas, paseándolas por las teclas de un piano, las cuerdas de una guitarra o apilando ladrillos.
Ésa era una de las manos que se había llevado a la cara para tapar la vergüenza, la risa inapropiada, o las lágrimas, ya que es el deber de las manos servir a la única parte del cuerpo que importa más que ellas: el rostro. Con sus manos había arrojado piedras a la superficie de algún lago haciéndolas rebotar, mientras dejaba que su mente divagase por mundos imaginarios o futuros. Con esas manos a lo mejor habría matado. Son las manos las que hacen todo eso, a ellas se les encarga todo, desde las acciones más bellas hasta los trabajos más sucios.
Cada vez estoy más seguro de tener la vida de una persona en mis manos. Mi mente se está aturdiendo imaginando escenas de la vida de una persona que no conozco pero cuya mano tengo entre las mías. El peso es cada vez más insoportable, así que la suelto y me largo.
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martes, 1 de septiembre de 2009
La mano (I)
Mi hermana está estudiando unas oposiciones para algo que tiene que ver con anatomía. Si consigue la plaza a la que aspira, su trabajo consistirá en estudiar diferentes partes de cuerpos donados por gente ya sin vida. Afortunadamente, alguien de la familia de su novio tiene el mismo trabajo y le ha dado algunas pistas de qué es lo que tiene que estudiar con más ahínco para el examen. Y lo que es más importante, le ha prestado una mano y un pie de huesos para que pueda prepararse mejor.
Una mano y un pie de huesos de verdad. Hago uso de mi memoria y creo no haber tenido entre manos huesos humanos, y menos un grupo de ellos. Necesito probarlo, sería más interesante si tuviese una calavera, pero una mano y un pie tampoco están mal. Sobre todo la mano, mi hermana me ha dicho que es la que más “cosa” da.-Los huesos del pie- comenta en mitad de la comida- no me da cosa tocarlos, aunque hayan sido de una persona de verdad que ya ha muerto. Sin embargo la mano sí. Tiene otro aspecto y otro color porque está cubierta de cera, parece como que todavía está un poco viva y es más pringosa-. Me imagino el pie, con los huesos blanquecinos, duros y quebradizos, como los huesos de los trozos de pollo de una paella que no ha sido recogida al día siguiente. Sin embargo la mano…tengo que tocarla.
Le pido permiso a mi hermana y me lo da, de hecho su tono parece decirme que para qué pregunto; creo que al final no le están siendo tan útiles como los propios libros. Me es igual, me acerco a la bolsa naranja donde sé que están y casi sin mirar dentro saco la mano. Es de color amarillo oscuro, mi hermana tenía razón, la cera le confiere un falso tacto de blandura un poco desagradable. Al no haber visto casi el pie no puedo compararlos y apreciar si uno parece más vivo que el otro, aunque son sólo huesos, ninguno está más vivo o más muerto que el otro, ninguno está vivo ni muerto. Y en todo caso el más muerto sería aquél que perteneció al individuo que la cascó hace más tiempo. Visto así sí que hay uno que está más muerto que el otro. Aunque también puede ser que ambos, pie y mano, perteneciesen a la misma persona, en ese caso tendrían la misma edad, si es que en el mundo de los muertos hay edades como las hay en el de los vivos (quién sabe) y por ende están igual de muertos. Aunque no creo que pertenezcan a la misma persona, ya que una tiene cera y la otra no. Es como si una gozase de un derecho o un privilegio que a la otra se le niega. Como si hubiesen pertenecido a personas de muy diferente rango social o capacidad económica acostumbradas a un trato social desigual y eso perdurase ya muertos. Como si la injusticia del hombre traspasase la frontera de su mortalidad y se instalase en sus huesos, más duraderos que su carne, su sangre, su cerebro, su vida. Por lo tanto, a la mano la untaron en cera para que se pudiese conservar durante más tiempo mientras dejaban desnudo al pie, como se dejan desnudos los huesos de pollo.
Continúa en la siguiente actualización
Una mano y un pie de huesos de verdad. Hago uso de mi memoria y creo no haber tenido entre manos huesos humanos, y menos un grupo de ellos. Necesito probarlo, sería más interesante si tuviese una calavera, pero una mano y un pie tampoco están mal. Sobre todo la mano, mi hermana me ha dicho que es la que más “cosa” da.-Los huesos del pie- comenta en mitad de la comida- no me da cosa tocarlos, aunque hayan sido de una persona de verdad que ya ha muerto. Sin embargo la mano sí. Tiene otro aspecto y otro color porque está cubierta de cera, parece como que todavía está un poco viva y es más pringosa-. Me imagino el pie, con los huesos blanquecinos, duros y quebradizos, como los huesos de los trozos de pollo de una paella que no ha sido recogida al día siguiente. Sin embargo la mano…tengo que tocarla.
Le pido permiso a mi hermana y me lo da, de hecho su tono parece decirme que para qué pregunto; creo que al final no le están siendo tan útiles como los propios libros. Me es igual, me acerco a la bolsa naranja donde sé que están y casi sin mirar dentro saco la mano. Es de color amarillo oscuro, mi hermana tenía razón, la cera le confiere un falso tacto de blandura un poco desagradable. Al no haber visto casi el pie no puedo compararlos y apreciar si uno parece más vivo que el otro, aunque son sólo huesos, ninguno está más vivo o más muerto que el otro, ninguno está vivo ni muerto. Y en todo caso el más muerto sería aquél que perteneció al individuo que la cascó hace más tiempo. Visto así sí que hay uno que está más muerto que el otro. Aunque también puede ser que ambos, pie y mano, perteneciesen a la misma persona, en ese caso tendrían la misma edad, si es que en el mundo de los muertos hay edades como las hay en el de los vivos (quién sabe) y por ende están igual de muertos. Aunque no creo que pertenezcan a la misma persona, ya que una tiene cera y la otra no. Es como si una gozase de un derecho o un privilegio que a la otra se le niega. Como si hubiesen pertenecido a personas de muy diferente rango social o capacidad económica acostumbradas a un trato social desigual y eso perdurase ya muertos. Como si la injusticia del hombre traspasase la frontera de su mortalidad y se instalase en sus huesos, más duraderos que su carne, su sangre, su cerebro, su vida. Por lo tanto, a la mano la untaron en cera para que se pudiese conservar durante más tiempo mientras dejaban desnudo al pie, como se dejan desnudos los huesos de pollo.
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