lunes, 28 de diciembre de 2009

Gracias a aquellos libros...

En más de una ocasión me he preguntado en qué momento nació mi afición por la lectura. En mi niñez no dejé hueco para los libros, punto que me distancia en gran medida de muchos escritores que admiro. Ellos crecieron devorando libros, aprendiendo de ellos, absorbiendo conocimientos, enriqueciendo su lenguaje, su expresión, su vocabulario, en fin, todas las cosas que conlleva una infancia en la que el niño es ya un lector experimentado. En mi caso, recuerdo que me veía obligado a admitir que leer me aburría, y lo hacía con cierta vergüenza, porque asociaba el estar familiarizado con los libros con el hecho de ser listo.
De niño le apartaba la cara a la literatura, como hacía cuando me ponían en frente un plato cuyo olor ya me desagradaba. Sin embargo ahora la considero una parte fundamental de mi vida. No es que sea un lector voraz (soy bastante lento leyendo, como en cualquier otro aspecto de la vida), pero cuando termino un libro necesito encadenarlo con otro de manera que nunca haya un espacio en el que no tenga nada que leer. Gran parte del tiempo que malgasto pensando tiene su causa en los libros.
Las únicas lecturas que recuerdo haber terminado antes de los doce años son: Harry Potter y la Piedra Filosofal, Luces del Norte y El Hobbit. La primera no necesita explicación, fue un regalo de mi hermana que devoré al segundo intento y que me entretuvo enormemente. El segundo es un tocho infumable que no hubiese conseguido terminar nunca si no fuese porque a un amigo mío que se había leído ese y los dos siguientes le encantaban y me animaba a ello. Es el libro en el que está basada la película La Brújula Dorada. La película no sé como será, pero el libro es malo. Hasta pasada la mitad no coge ritmo ni tiene interés. A partir de ahí se hace más ameno y te deja un regusto final de complacencia que no se merece. En cuanto a El Hobbit, pues qué decir, me gustó mucho, y ahora me sorprendo de que me costase tan poco leerlo. Me imagino que se deberá a que los libros de Tolkien son perfectos para dejar volar tu imaginación, y eso, a la edad de once años, cuesta muy poco.
Pero esas tres lecturas no hicieron nacer mi amor por los libros, me hicieron lector durante un tiempo, pero no me convirtieron en ello. Nunca me ha costado reconocer que mi evolución como lector se debe en gran medida a la influencia que ha tenido mi padre sobre mí en este aspecto (y también la tiene un muchos más, a veces me horrorizo al descubrir lo que me parezco a él), y eso es algo que ya le he agradecido varias veces. Pero aunque me ha enseñado y aconsejado mucho en esta materia, él no fue quien destapó mi gusto por los libros. Ese germen fue plantado por algunos libros que leí a los doce y trece años, en especial por los libros de lectura obligatoria de primero y segundo de la E.S.O.
Esos dos años leímos los libros de El Clan de la Mano Embrujada, una serie de libros de la editorial SM escogidos con el fin de promover la lectura a través de su inclusión como material escolar. He de decir que conmigo les salió redondo el asunto. La mayoría me encantaron y me hicieron, por fin, un aficionado a la lectura. A ellos les debo todo lo que después aprendería gracias a los libros (empezando por aprender a leer) y por eso quería dar las gracias a tres libros y tres autores diferentes pertenecientes a dicho “clan”. Ahí va:

Hoyos (Louis Sachar)






Fue la lectura del tercer trimestre de primero. Recuerdo que me lo leí de dos sentadas, aunque a priori pensaba que no me iba a gustar. Sigo admirándome de cómo se desarrollan en esta novela las historias de todos los personajes a través del tiempo sin que ninguna moleste a otra ni pierda un ápice de interés. El final es llevado con gran pericia por el autor, que hace converger las historias resolviendo la trama de manera sorprendente. Una historia en el que la suerte de dos familias y de un lugar se cruzan y se explican unas a otras. En este libro hay saltos en el tiempo hacia atrás y hacia delante utilizados también de manera magistral, a mi parecer.
El libro tiene su película, en la que trabaja Sigourney Weaver (la de Alien para los no enterados). Nos la proyectaron y también me gustó mucho, aunque algunas cosas no eran tal como me imaginé al leerlo. “El negro me lo imaginaba más negro” recuerdo que pensé al verla. De todos modos recomiendo leer primero el libro antes de verla.

En Medio de la Noche (Robert Cormier)





Este fue la lectura del segundo trimestre de segundo. Es un libro un tanto oscuro, en el que el lector se sumerge en la soledad del protagonista, un chico de unos dieciséis años de cuya personalidad el autor va haciendo un magnífico retrato. Recuerdo que en sus primeras páginas me dejó un tanto confuso; se debía al cambio de persona del narrador, un recurso que no conocía. Leo en el trabajo que hice en su día sobre el libro: “…he de decir que este tal Robert Cormier (que yo no conocía) es buenísimo, me gusta mucho su forma de escribir pero el tema no me atrae y parece que es todo vacío menos algunas pocas hojas, lo cual yo creo que sería una felicitación para Robert Cormier pues parece intentar transmitir a través del libro eso: vacío”. Al lado hay una nota en rojo del profesor, “interesante deducción”.
Hasta ese momento no me había encontrado con un libro que dejase sufrir y reflexionar a un personaje con la misma profundidad. De igual manera, aún no sabía que las palabras pueden describir tan bien el silencio, el conflicto interno. En este sentido es la obra más adulta que había leído hasta el momento (y lo siguió siendo durante bastante tiempo). De hecho, puede que lo relea dentro de poco, es muy probable que ahora vea más cosas aparte de vacío en él, pero seguro que en otras cosas estaré de acuerdo con el chico que lo leyó hace ya seis años.

La Chica del Andén de Enfrente (Jorge Gómez Soto)




¡Tranquilos!, no os dejéis asustar por las gafas horteras del chaval de la portada y su pelo color meao. La Chica del Andén de Enfrente fue, sin duda alguna, el libro que más me impactó de todos, el principal partícipe de que la literatura me acabase de atraer. Fue la lectura del tercer trimestre de segundo de la E.S.O. y simplemente me encantó. La historia puede parecer un poco ñoña: dos hermanos que se odian y que al final acaban comprendiéndose y siendo amigos. Pero que no os tire para atrás, el libro es muy entretenido pero no cae en lo cursi, ni es infantiloide.
Cada capítulo está narrado por uno de los hermanos que cuenta los hechos desde su punto de vista. A tenor de la personalidad del hermano que está narrando el autor ajusta el vocabulario y las expresiones utilizadas. Lo más curioso es que para enfatizar este aspecto utiliza para cada hermano dos tipos de letras diferentes. Pare el fiestero una letra grande, de rasgos más suaves y delgados, y para el hermano come libros una tipo máquina de escribir, más pequeña y concentrada, más seria y recta respecto a la línea horizontal. Este recurso no lo he visto en ningún otro libro, creo. Me imagino que para el que le guste el diseño gráfico debe ser bastante agradable encontrarse con algo así.
Los dos protagonistas, las situaciones, los lugares (viven en Madrid) y lo bien que el autor hace hablar a los dos hermanos da mucha proximidad al libro, que creo que es por lo que más me gusto. Leerlo en la pubertad te hace disfrutarlo muchísimo más, pues te sientes acompañado de los dos protagonistas, los comprendes, y, de hecho, los observas intentando aprender algo de sus comportamientos y del éxito que obtienen a través de ellos. Es un libro muy original, colorista, que te arranca más de una sonrisa con gran sencillez.
Me entristece no haber conservado el trabajo que hice de él, como sí hice con En Medio de la Noche. Este libro me dejó una gran huella, recuerdo que le comentaba a mi padre lo bueno que era y lo que me había gustado leerlo. Suelo citarlo cuando se me pide que enumere mis libros favoritos. Aunque imagino que debes leerlo rondando los quince años para apreciarlo al máximo. Pero aún así, lo recomiendo a todo el mundo.

He aquí 3 libros interesantísimos, muy buenos, con unos estilos muy depurados, sencillos, entretenidos, pero de una calidad elevada. Tres libros que venían en una carpetita de cartulina dura, que decían ser juveniles y que, sin embargo, me abrieron la ventana a tres mundos maravillosos. Pero lo que me impactó de ellos no fueron esos mundos, sino la manera de contarlos. Con estos tres libros empecé a atisbar que hay infinitas maneras de contar lo mismo, unas mejores y otras peores, que las palabras pueden contar lo que no se ve, pero se presiente e importa. Que es un lenguaje que no tiene equiparación con otro y que su naturaleza tiene la peculiaridad de transformar la realidad.
En fin, que lo único que había para niños ahí era la carpetita.