martes, 1 de septiembre de 2009

La mano (II)

Viene de la actulización anterior

Doy vueltas a la mano delante de mis ojos. Los huesos son más finos de los que esperaba. Está siendo una experiencia diferente a cómo me la había imaginado. Había imaginado que me la acercaría al rostro, curiosearía entre sus fisuras, contemplaría la capacidad de articulación de cada falange, la haría adoptar formas y casi trastearía con ella. Pero no, la mantengo quieta, observándola con una mezcla de gravedad, extrañeza y concentración. Me doy cuenta de que pesa mucho. Tiene un peso que una báscula no mediría, es un peso que no se siente con la presión del tacto, sino con el pensamiento. Si lo pienso, la mano es la parte más importante del cuerpo de una persona inmediatamente después, tal vez, del rostro. Tengo en mis manos la que fue la segunda parte más importante del cuerpo de una persona durante toda su vida, y eso pesa.
La mano era el símbolo que utilizó el hombre de las cavernas para decir “estoy aquí y soy consciente de ser” plasmando su silueta en la pared de las grutas. Eso ya es decir mucho, pero se puede decir más. El hombre de las cavernas podía comer gracias a su mano, que era la que arrojaba la piedra sobre el conejo, o lo que se terciase cuando cazaba. Y fue un juego de manos lo que nos permitió hacer fuego (manos pertenecientes al primer mago de la historia, sin duda). La historia le debe muchas cosas a las manos de los hombres. Algunas cogieron plumas y escribieron las grandes novelas universales; otras levantaron edificios, palacios, catedrales y ciudades; otras pintaban o hacían esculturas; otras inventaban aparatos para cubrir las deficiencias de la naturaleza; otras apretaban un botón y dejaban caer una bomba nuclear sobre Hiroshima…
Igual que las manos han jugado un papel importante en la historia de la humanidad, imagino que, en una escala inferior, esta mano que tengo entre las mías propias habrá jugado un papel importante en la vida de aquél o aquella a quién perteneció. Sí, eso es lo que pesa que antes no podía identificar: la vida de la persona. La vida de una persona pasa por sus manos y queda grabada en sus huesos. Ésta era una de las manos que alzaba cuando era bebé para que su madre lo cogiera en brazos y dejase que apretase con ella su pecho mientras se amamantaba. Con esta mano había hecho volar su imaginación alzando ante sí juguetes de colores o dibujando con colores vivos en un papel. Con ella habría aprendido a escribir, a atarse los cordones, a coger el manillar de su pequeña bici, de la que seguro que se caería, llevándose la mano a la herida y apoyándose en ella para levantarse. Con esta mano había repartido hostias y caricias, quién sabe si todas a las personas equivocadas. Cuántas masturbaciones habrían corrido a cargo de esta mano (muchas si eran de hombre, algunas si de mujer). Esta mano había sido la puerta por la que dejó entrar sus deseos, recorriéndola por el cuerpo de la persona amada después que los ojos (primero el rostro, después las manos). Puede que se ganase la vida gracias a ellas, paseándolas por las teclas de un piano, las cuerdas de una guitarra o apilando ladrillos.
Ésa era una de las manos que se había llevado a la cara para tapar la vergüenza, la risa inapropiada, o las lágrimas, ya que es el deber de las manos servir a la única parte del cuerpo que importa más que ellas: el rostro. Con sus manos había arrojado piedras a la superficie de algún lago haciéndolas rebotar, mientras dejaba que su mente divagase por mundos imaginarios o futuros. Con esas manos a lo mejor habría matado. Son las manos las que hacen todo eso, a ellas se les encarga todo, desde las acciones más bellas hasta los trabajos más sucios.
Cada vez estoy más seguro de tener la vida de una persona en mis manos. Mi mente se está aturdiendo imaginando escenas de la vida de una persona que no conozco pero cuya mano tengo entre las mías. El peso es cada vez más insoportable, así que la suelto y me largo.

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